La Tau
La Tau, es la última letra del alfabeto hebreo, que corresponde a la T. El Papa Inocencio III, en su discurso de apertura al IV Concilio de Letrán en noviembre de 1215, había evocado la visión del Profeta Ezequiel (9,3-6), mensajero del perdón de Dios, la cual consistía en que cuantos estuviesen signados con la letra TAU, no serían castigados, porque se habían mantenido fieles a Yahvé, e invitaba a todos los cristianos a aceptar la TAU como símbolo de la urgente renovación espiritual que estaba necesitando la Iglesia de aquella época. Decía el Papa Inocencio III: “La Tau es la última letra del alfabeto griego, símbolo de la humildad en que se fundó el Evangelio y señal propia de los hijos de la Pobreza. La Tau tiene exactamente la misma forma de la cruz en que fue clavado Cristo”.
Francisco que probablemente se encontraba presente en dicha ceremonia, al escuchar las palabras del Pontífice, hizo suya aquella invitación y desde entonces tomó la TAU como su propio emblema, ya que el pontífice lo había proclamado como emblema de la reforma de la Iglesia. Es un hecho cierto que SAN FRANCISCO escogió el signo TAU como símbolo de su vocación y la de sus discípulos.
De hecho la TAU fue su rúbrica; con ella marcó los lugares que habitaba y suscribió sus cartas. Quería que sus frailes la llevaran, y él mismo fue contemplado en visión por Fray Pacífico con la TAU en la frente.
Para todo franciscano es parte de la herencia que nos dejó SAN FRANCISCO. Llevar la TAU quiere significar el empeño de grabarla en el corazón, viviendo una vida según el espíritu del santo Evangelio.
El hábito y el cordón.
El hábito y el cordón franciscanos nacen con la elección del nuevo estilo de vida del pobrecillo de Asís. Según nos narra su primer biógrafo, Tomas de Celano: “Francisco, a su tercer año de conversión, cambiado en su interior más aun no exteriormente vestía aun un hábito como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano y los pies calzados. Pero cierto día, escuchando el evangelio de san Mateo (10,7-10) que narra cómo el Señor había a sus discípulos a predicar, sin llevar no oro, no plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener ni calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica”. …Inmediatamente, al punto, se desata el calzado de los pies, echa por tierra el bastón y gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas. Se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla”. (1Cel 21-22).
Este cambio exterior es especialmente significativo teniendo en cuenta que el cinturón era una prenda esencial en la vestimenta medieval, porque ésta carecía bolsillos. Los cinturones disponían de una serie de hebillas que servían para transportar cosas; desde las bolsas de los mercaderes, hasta los sellos y las plumas de los notarios. Era una prenda que aparte de ser funcional, daba estatus y seguridad, y era el reflejo de aquella sociedad de principios del siglo XIII, en la que el comercio con Oriente, fruto de las cruzadas, le había dado un valor al dinero que hasta entonces no había tenido.
El cordón que llevamos los Hermanos Menores, es usado para atarse el sayal u/o habito, significando la seguridad que provine únicamente del mandato divino del Señor Jesucristo. Lleva tres nudos representan la forma de vida que instituyó San Francisco, estos están vinculados a los Consejos evangélicos de Obediencia, Sin propio y Castidad.
Cristo de san Damián (El Crucifijo que habló a san Francisco)
El Cristo de San Damian, es un icono de autor desconocido pintado en Umbría unos cien años antes de que San Francisco lo contemplase, es de estilo románico, con influencias bizantinas u orientales. Estaba en el ábside de la capilla de san Damián, Oratorio situado en las afueras de Asís, donde hoy hay una réplica.
El original se encuentra en la basílica de santa Clara desde 1260, mide 2,10 de alto por 1,30 de ancho. Esta cruz de inspiración sirio-antioqueña representa a Cristo Resucitado.
Este crucifijo es conocido dentro de la familia franciscana como el crucifijo que habló a Francisco en el verano de 1205, cuando Francisco se encontraba en sus inicios de conversión. En su etapa de búsqueda, en cierta ocasión mientras estaba en oración, oyó una voz que le decía: “Vade, Francisce, et repara domum meam” (Ve, Francisco, y repara mi casa). “Desde aquel instante se grabó en el alma de Francisco la compasión del Crucificado” (2Cel 10). “Desde entonces lloró y gimió la pasión de Cristo, que tenía siempre delante de sus ojos” (2Celano 11). Quizá ante la pregunta insistente de Francisco: “¿Señor que quieres que haga?” El Señor le mostró que debía de reparar su Iglesia.
En una palabra podríamos decir que, en este icono encontramos una síntesis del carisma y espiritualidad franciscanos, pues narra sin palabras, la historia de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesucristo, lo cual dejaba absorto en oración, contemplación y adoración a san Francisco. Una prueba de cuanto hemos dicho la encontramos en uno de los primeros textos conocidos de Francisco:
“¡Oh Alto y Glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento”
Escudo Franciscano
Desde la Edad Media, los escudos de armas se hicieron de uso común para los guerreros y para la nobleza. En la evolución de los escudos se fue desarrollando un lenguaje muy articulado que regulaba y describía la heráldica civil. Paralelamente, también para el clero se formó una heráldica eclesiástica, que sigue las reglas de la civil para la composición y la definición del escudo, complementada con símbolos e insignias de índole eclesiástica y religiosa, según los grados del orden sagrado, de la jurisdicción y de la dignidad.
Es tradición, al menos desde hace ocho siglos, que también los Papas tengan su propio escudo personal, así como simbolismos propios de la Sede Apostólica. De modo especial en el Renacimiento y en los siglos sucesivos, se solía decorar con el escudo del Sumo Pontífice felizmente reinante todas las principales obras realizadas por él. En efecto, los escudos papales aparecen en obras de arquitectura, en publicaciones, en decretos y en documentos de diversos tipos.
A menudo los Papas adoptaban el escudo de su familia, si existía, o componían un escudo con simbolismos que indicaban su ideal de vida, que hacían referencia a hechos o experiencias pasadas, o que aludían a elementos vinculados a su programa de pontificado. Con frecuencia aportaban alguna variante al escudo que habían adoptado como obispos.
El Escudo de la Orden de San Francisco nos muestra dos brazos cruzados sobre la cruz Tau o Tao, que es la última letra del alfabeto hebreo. El primer brazo desnudo representa a Jesucristo y el segundo a San Francisco de Asís, fundador de la Orden franciscana. Cada mano tiene una herida en su palma. Estas representan las marcas de los clavos que recibió Jesús en su pasión y muerte. San Francisco experimentó los estigmas: a él se le aparecieron también las mismas llagas que sufrió Cristo. Por esta razón, San Francisco es conocido como el reflejó de Cristo. A veces, también se ponen nubes debajo de los brazos, significativo de que San Francisco ahora disfruta la Vida Eterna al lado de Jesús.
El significado del escudo de los Franciscanos es la conformidad de san Francisco con Cristo: el crucificado del Alvernia con el Crucificado del Gólgota. En algunos escudos se llega a una conformidad tal, como se ve en un escudo del Sacro Convento de Asís (1478) en que aparece una cruz grafiada y las manos clavadas en ella.
La difusión del escudo franciscano de los brazos cruzados de Cristo y de Francisco se lleva a cabo durante el generalato de Francisco Sansón (1475-1499), quien a través de las muchas obras de arte que encarga y dona a las iglesias de Asís, Padua, Florencia, Brescia…, hace que se convierta en el escudo propio de la Orden Franciscana.