El 2 de febrero, festividad de la Presentación de Jesús en el Templo, se celebra también la Jornada de la Vida Consagrada y, como todos los años, el Santo Padre presidió ayer tarde en la basílica vaticana la Santa Misa en esa ocasión, con los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. La ceremonia se abrió con la bendición de las velas y la procesión y prosiguió con la celebración eucarística en el curso de la cual el Papa pronunció una homilía en la que destacó las características de la vida consagrada.
”Pongamos ante los ojos -dijo- el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo.Los brazos de su Madre son como la ”escalera” por la que el Hijo de Dios baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios. Es el doble camino de Jesús: bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a Él”. En esa escena ”laa Virgen es la que va caminando, pero su Hijo va delante de ella. Ella lo lleva, pero es Él quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que nosotros podamos ir a Él. Jesús ha recorrido nuestro camino, y nos ha mostrado el ”camino nuevo y vivo” que es Él mismo. Y para nosotros, los consagrados, este es el único camino que, de modo concreto y sin alternativas, tenemos que recorrer con alegría y perseverancia”.
”Hasta en cinco ocasiones -señaló Francisco insiste el Evangelio en la obediencia de María y José a la “Ley del Señor” Jesús no vino para hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre… Así, quien sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia, imitando de alguna manera la ”condescendencia” del Señor, abajándose y haciendo suya la voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí mismo. Para un religioso, caminar significa abajarse en el servicio, es decir, recorrer el mismo camino de Jesús, que ”no retuvo ávidamente el ser igual a Dios” Rebajarse haciéndose siervo para servir.
Y este camino ”adquiere la forma de la regla, que recoge el carisma del fundador, sin olvidar que la regla insustituible, para todos, es siempre el Evangelio. El Espíritu Santo, en su infinita creatividad, lo traduce también en diversas reglas de vida consagrada que nacen todas de la sequela Christi, es decir, de este camino de abajarse sirviendo. Mediante esta ”ley” que es la regla, los consagrados pueden alcanzar la sabiduría, que no es una actitud abstracta sino obra y don del Espíritu Santo. Y signo evidente de esa sabiduría es la alegría. Sí, la alegría evangélica del religioso es consecuencia del camino de abajamiento con Jesús”.
En el relato de la Presentación en el Templo, la sabiduría está representada por los dos ancianos, Simeón y Ana. ”Personas dóciles al Espíritu Santo -subrayó el Pontífice- guiadas por Él, animadas por Él. El Señor les concedió la sabiduría tras un largo camino de obediencia a su ley. Obediencia que, por una parte, humilla y aniquila, pero que por otra parte levanta y custodia la esperanza, haciéndolos creativos, porque estaban llenos de Espíritu Santo…. Tanto María, joven madre, como Simeón, anciano ”abuelo”, llevan al Niño en brazos, pero es el mismo Niño quien los guía a ellos.
Francisco notó que era curioso advertir que, en esta ocasión, los creativos no son los jóvenes sino los ancianos. Los jóvenes, ”como María y José, siguen la ley del Señor a través de la obediencia; los ancianos, como Simeón y Ana, ven en el Niño el cumplimiento de la Ley y las promesas de Dios. Y son capaces de hacer fiesta: son creativos en la alegría, en la sabiduría.Y el Señor transforma la obediencia en sabiduría con la acción de su Espíritu Santo”. Pero a veces, Dios puede dar el don de la sabiduría a un joven inexperto, ”a condición de que esté dispuesto a recorrer el camino de la obediencia y de la docilidad al Espíritu. Esta obediencia y docilidad no es algo teórico, sino que está bajo el régimen de la encarnación del Verbo: docilidad y obediencia a un fundador, docilidad y obediencia a una regla concreta, docilidad y obediencia a un superior, docilidad y obediencia a la Iglesia. Se trata de una docilidad y obediencia concreta”.
Perseverando en el camino de la obediencia, ”madura la sabiduría personal y comunitaria, y así es posible también adaptar las reglas a los tiempos: de hecho, la verdadera ”actualización” es obra de la sabiduría, forjada en la docilidad y la obediencia. El fortalecimiento y la renovación de la Vida Consagrada pasan por un gran amor a la regla, y también por la capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de la Congregación. Así, el ”depósito”, el carisma de una familia religiosa, queda custodiado tanto por la obediencia como por la sabiduría”. ”Y este camino -destacó el Obispo de Roma- nos salva de vivir nuestra consagración de manera “light”, desencarnada, como si fuera una gnosis, que reduce la vida religiosa a una “caricatura”, una caricatura en la que se da un seguimiento sin renuncia, una oración sin encuentro, una vida fraterna sin comunión, una obediencia sin confianza y una caridad sin trascendencia”.
”También nosotros, como María y Simeón -finalizó- queremos llevar hoy en brazos a Jesús para que se encuentre con su pueblo, y seguro que lo conseguiremos si nos dejamos poseer por el misterio de Cristo. Guiemos el pueblo a Jesús dejándonos a su vez guiar por Él. Eso es lo que debemos ser: guías guiados”.
fuente: www.vis.va